Siempre dentro de la órbita de un modernismo amplio, Rafael Cansinos Assens (1882-1964) publicó en 1918 uno de sus más atractivos ensayos: “El divino fracaso”. Tan cierto fue el tema, que cuando Cansinos murió en Madrid, viejo y olvidado, sólo González Ruano hizo un artículo obituario. Muchos lo daban por muerto. En realidad, después de la guerra civil, vivió -ayudado por el editor Aguilar- haciendo ciclópeas traducciones y en trato con un corresponsal argentino, César Tiempo, de la comunidad sefardita de allá, que tampoco dejó de cuidarlo, pues Cansinos (por los orígenes de su apellido) se consideró filojudío o muy cercano a esa comunidad…
Ahora su hijo Rafael -al que recuerdo de años juveniles en Madrid con Eduardo Haro- acaba de publicar en la colección de su Fundación, Arca Ediciones, “La huelga de los poetas”, una novela muy relacionada con el fracaso y que no había vuelto a ver la luz desde 1921, cuando salió. Lástima únicamente ( pues la obra es bella y sugestiva) que la “presentación” quede algo pobre. Con claros signos autobiográficos, Cansinos (que se llama a sí mismo “el Poeta” y que vive junto al Viaducto con su hermana Pilar, como así era realmente) nos presenta la imagen tardomodernista de un Madrid pobre, brillante y sentimental, donde los sueños de los poetas -segundones- que se sientan en los divanes rojos de los cafés, fracasan porque en años de penuria, el papel está caro, los editores no se arriesgan y no hay lectores para los soñadores de quimeras e ideal. El Poeta (Cansinos) que comparte esa miseria y esos sueños trabaja como periodista, pero sus colaboraciones literarias no le interesan al ignorante director de períodico (que era “La Correspondencia de España”) al que llaman “Don Criterio” por su contínua repetición de esa palabra. Cuando -estamos en 1919- los periodistas van a la huelga seguidos por tipógrafos y cajistas, el Poeta los acompaña pues cree que el arte debe ser valorado como cualquier trabajo, pero si los periodistas ganan, él fracasará y abandonará (desengañado) el periodismo. La novela gana -como otras de Cansinos- más que por la trama, por los abundabtes momentos en que la reflexión sobre el arte como ideal y como realidad, se viste de una prosa suntuosa y reposada que muestra al gran estilista (siempre en la estela simbolista) que había en Cansinos. Abandonó la profesión periodística, pero no sus colaboraciones en prensa que duraron hasta el filo destructor de la guerra. El enigma de Cansinos (que la novela plantea muy bien en su base) es por qué un hombre culto y muy dotado, que había tratado en su juventud -hacia 1900- a los mejores, va quedándose poco a poco, primero con los vanguardistas un tanto en escorzo, luego con los rezagados y por fin con el enorme silencio abarrotado de traducciones plurilingües. Borges lo adoró y vino a verlo en 1962. Juan Ramón y los Machado lo vieron como fraterno al inicio, pero luego él los rehuía, como cuenta “La novela de un literato”. ¿Qué sagrada profundidad vio Cansinos en el fracaso? “La huelga de los poetas” (novela actual, si tenemos en cuenta la hodierna incultura literaria) puede ayudarnos a responder la pregunta de uno de los raros más raros y atrayentes de nuestras letras. Y recordemos lo que escribió John Berger: “Porque es en el lugar de la pérdida en donde nacen las esperanzas.” ¿Será eso?
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