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domingo, 6 de septiembre de 2015

LUIS CERNUDA Y PEDRO SALINAS: DOS MIRADAS ACTUALES DE “EL QUIJOTE” POR ANDRÉS MORALES







                            Hace algunos años en las “Jornadas de Literatura Española en Homenaje a los 400 años de El Quijote” celebradas en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, realicé una propuesta de lectura titulada “Miguel de Cervantes, poeta en El Quijote”. En esas páginas más que defender su obra (lo que me parece totalmente inútil e improcedente) valoraba la poesía de Cervantes que tantos, en su época y en tiempos posteriores -que se extienden hasta el día de hoy- denostaron como mediocre o muy menor frente a sus magníficas Novelas ejemplares, al inigualable Quijote y otras muchas obras. Hoy, con toda justicia y reiterando esa antigua percepción, mi intención es renovar la idea de Cervantes como un poeta de gran valía y para eso quiero reseñar dos miradas de otros grandes poetas que aún me parecen sumamente actuales de la llamada “Generación del 27 o del 25” también denominado “Grupo poético del 27”: voces más que autorizadas, primero en la poesía y luego en el ensayo, y me refiero a Luis Cernuda (Sevilla, 1902 – México, 1963) y Pedro Salinas (Madrid, 1891 – Boston, 1951), dos autores que hoy, por fin, son revalorados por la crítica académica y releídos con fruición por los nuevos lectores de Hispanoamérica y Europa.
                            Entre los varios textos que Salinas escribió sobre Cervantes quiero destacar sobre todo uno, “El polvo y los nombres”[1]. Refiriéndose al episodio aquel de los rebaños tomados por ejércitos, Salinas afirma que don Miguel consigue un verdadero poema (tanto temáticamente como desde el punto de vista de la atmósfera y el tono) que lo asocia a los campos castellanos: el polvo. Incluso afirma el poeta del 27 que “el polvo llega a suma significación poética”[2] y agrego yo, ¿acaso no es justamente esa imagen del polvo (“amarillo y maldito” a decir de otro grande de la poesía española, León Felipe) una de las improntas más certeras de la España rural, de la España del subdesarrollo (que es la España por donde transita el Hidalgo con muy escasas excepciones). ¿No es una imagen potente de una península ibérica empobrecida, plena de injusticia, donde las ventas son miserables, los personajes grotescos, los caballeros sólo un recuerdo y donde el pueblo sobrevive entre la ignorancia y el hambre?
                            Evidentemente la nube de polvo que ve don Quijote en este fragmento es un espacio fantasioso que promete aventuras pero que, a la vez, confunde los sentidos… Ese “juego de los sentidos” que esboza Pedro Salinas y que él asemeja a la niebla es el campo inexplorado y el desafío de la poesía. La mayoría de las veces el poeta sólo ve una mancha, percibe un olor, un sabor, etc., se cuestiona el futuro de lo que escribe y escribirá. Don Quijote, sin ser un poeta en el sentido estricto de la palabra está instalado en esa misma posición, en ese trance oscuro y ambivalente que es el de la palabra poética. Hermosa intuición la de Salinas, pero cierta en lo que a un poeta le incumbe y le preocupa verdaderamente. Cito a Salinas:
“(…) Carlyle tiene dicho que toda la poesía es poner nombres. Don Quijote, pues, se halla ahora, en trance de poeta. Va a poetizar, a crear algo por medio del verbo inspirado (…)”[3]
                             Pero he aquí un detalle que no se puede dejar pasar. Don Quijote, como un verdadero Adán (y también me refiero a la llamada “poesía adánica” cultivada desde la antigüedad hasta Pablo Neruda), va a renombrar y va a nombrar las cosas. Una facultad poética que cruzará todo el libro en ambos tomos. Los bacines son yelmos, los molinos, monstruos, las aldeanas son princesas. La fantasía volátil del personaje hace que todo lo real sea materia de la poesía, que cada cosa se reordene en su mente para transformarse en algo mágico pero, más que eso, en una enumeración poética que, visto desde esta perspectiva haría de toda esta gran novela otra gran obra poética[4] que se podría denominar “encubierta”, es decir, un gran “poema soterrado” (lírico, épico, dramático, en el mejor sentido de la palabra) que podría detener a aquellos críticos soberbios que sólo quieren ver la exquisita narratividad y el genio novelístico en Cervantes. Y no sólo me refiero a la capacidad cervantina de aunar o aglutinar géneros, sino a la de plasmar un arte escritural doble o triple incluso –si agregamos su teatro-. Este descubrimiento no es mío, es la iluminación que Pedro Salinas me insta a resituar como una lectura actual y, por qué no decirlo, como una relectura de esta novela única. Propongo continuar este filón de investigación que puede dar muchos más frutos de los esperados. Por supuesto no quiero dejar pasar el hecho que toda gran novela puede leerse como un  gran poema, pero en este preciso caso, me parece que la capacidad de estructuración, la conciencia creativa y el uso del lenguaje hace de Cervantes ese poeta lírico que él mismo, desilusionado y hasta avergonzado no quiere ver(se).
                   Finalizo estas palabras desde Salinas con una breve cita que subraya el concepto del género lírico que trasunta este episodio y otros de la novela:
“(…) Y este mundo a su hechura y semejanza le llama; no desoirá la misteriosa voz[5] (…) Don Quijote quiere hacerse uno con su creación (…)”.[6]
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                           El caso de Luis Cernuda, otro de los grandes del ’27, es el de un autor que no se resta en lo absoluto en ver con meridiana claridad a Miguel de Cervantes como un autor lírico. Su ensayo de 1962, “Cervantes, poeta”[7], es coincidente también con las apreciaciones de Salinas al observar la dimensión poética del autor de El Quijote. Aquí la idea maestra es la de un poeta que lee a otro poeta (un tipo de lectura que valida, agranda, actualiza y acerca a cualquier escritor a su lector; lectura muchas veces menoscabada por los supuestos “intereses creados” que podrían existir hacia “el maestro” o “el mentor” que propicia acto semejante y que, desde luego se aleja de la tradicional lectura académica que muchas veces sólo se vuelve entrópica y autorreferente).
                            Desde un principio Cernuda defiende a Cervantes como un autor de fuste poético, entendiendo con esto sus naturales diferencias[8] con Lope de Vega, Francisco de Quevedo o Luis de Góngora y  enmarcándolo con indudable certeza entre los grandes líricos de su época. Al igual que Salinas, Luis Cernuda apunta a mencionar que la verdadera poesía no sólo se encuentra encerrada (o, en ocasiones “enterrada”) en los sonetos, los romances o las letrillas, por el contrario, la poesía  (y no se refiere a ésta como la poiesis en el sentido de creación) puede encontrarse en las novelas, en los dramas o en las comedias y en cualquier género literario que de ese “salto mortal” hacia la apropiación del mundo desde lo lírico[9]. Como muestra excepcional en todo el amplio sentido, menciona un texto que se encuentra en el drama El cerco de Numancia (también llamada La destrucción de Numancia, circa, 1585) y que descubriera, en los años de la guerra civil española, en sus lecturas de mocedad, el entonces joven poeta del ’27. Se trata del personaje de la voz de España que dice:
                            “Alto, sereno y espacioso cielo,
                            Que con tus influencias enriqueces
                            La parte que es mayor de este mi suelo
                            Y sobre muchos otros le engrandeces;
                            Muévate a compasión mi amargo duelo.
                            Y, pues al afligido favoreces,
                            Favoréceme a mí en ansia tamaña
                            Que soy la sola y desdichada España.
                            (…)”


                            ¿Este pequeño fragmento (se trata de un parlamento intensísimo y mucho más extenso), no puede considerarse como de lo mejor de la poesía de los Siglos de Oro? ¿Cuál es la diferencia con el profundo Quevedo o el Góngora deslumbrante? Tampoco puede decirse que es un plagio de los poetas anteriormente nombrados o de Lope de Vega, por el contrario, se trata del mismísimo Cervantes en su trance más lírico. Cernuda menciona la miopía de los críticos anteriores a su generación como Menéndez y Pelayo quienes sólo leen aquello que se encuentra “etiquetado” bajo el precepto de “lo lírico” y marginan piezas de incalculable valor para la literatura española. Es cierto que se han realizado algunos esfuerzos por enmendar ese torcido rumbo, pero, ya como un maduro profesor y, creo, un buen lector de la poesía que soy, ¿acaso no habría que recomponer algunas antologías, o más que recomponer, editar nuevas antologías con estas obras postergadas y con muchos poetas postergados? (recuerdo el esfuerzo del dramaturgo y ensayista José Ricardo Morales en los lejanos años cuarenta, en Chile, quién recopiló y editó su bellísima colección “La fuente escondida” donde reúne a poetas prácticamente olvidados del renacimiento y del barroco español). El tedio de la repetición en las grandes voces inevitables y, por cierto, extraordinarias hacen que poetas como el propio Miguel de Cervantes sean “arrinconados” en los anaqueles de una biblioteca imaginaria que más que universal es invidente y más que acogedora es excluyente…
                            Pero volviendo al tema de este escrito, me gustaría subrayar algo que excede a Pedro Salinas y a Luis Cernuda en su personal visión de Cervantes. Se trata de la mirada con que el grupo de 1927, casi sin excepciones, vio al autor de El Quijote y su relación con la poesía. Y no pienso en un acto de recuperación o de reivindicación, sino de justicia. Por todos es sabido la filiación gongorina de estos poetas (léase a Rafael Alberti, a Federico García Lorca, a Dámaso Alonso, a Gerardo Diego, etc.) pero también existe una relectura de Quevedo, de Lope, de Calderón y de casi todos los autores de los siglos XVI y XVII. Esto nos habla de un principio elemental pero al mismo tiempo, al parecer, hoy olvidado: el diálogo con los clásicos. Como siempre se ha dicho, “no existe vanguardia sin tradición”, pero también, no existe una poesía fresca, nueva, renovadora si no entendemos que los clásicos españoles (los orígenes) son tan hispanoamericanos como los autores de nuestro continente pueden ser considerados españoles. Compartimos una lengua común, pero compartimos también una tradición común. Tan chileno es Cervantes como Neruda español. Las hegemonías literarias han muerto o agonizan –Dios mediante- y no sólo por la culpa de aquella tramposa idea de la globalización, sino porque los verdaderos lectores y autores entienden que su pertenencia es a un mundo y a una cultura común (como al mismo tiempo diversa) que nos permite asomarnos a infinitas posibilidades reflexivas y escriturales. Tal vez, ese es uno de los aspectos más positivos de este complejo siglo que comienza. Tal vez, esa es la esperanza que un Salinas, un Cernuda o un Cervantes nos permiten otear e  intuir desde cualquiera de los rincones de este mundo tantas veces sentido y pensado como “ancho y ajeno”.

                                               Santiago de Chile, julio de 2015




[1] Recogida en el número especial “Suplementos, Monografías temáticas” de la prestigiosa revista “Anthropos” titulado “Miguel de Cervantes y los escritores del 27”. Madrid, julio-agosto de 1989. (Edición de Ana Rodríguez Fischer, pp. 124-130).
[2] Vid., p. 124.
[3] Op. Cit., p.125.
[4] Y no me refiero a un “concepto de poética” en el sentido teórico, sino a lo que se entiende simplemente por género lírico.
[5] ¿Y que otra cosa es esa “misteriosa voz” sino la propia poesía?
[6] Op. Cit., p.129.
[7] Texto antologado por Jesús García Sánchez en su hermoso libro La generación del 27 visita a Don Quijote. Visor Libros, Biblioteca Cervantina. Madrid, 2005
[8] Y no se refiere necesariamente a la calidad poética de don Miguel, sino a las discrepancias propias y naturales que pueden existir entre diferentes autores.
[9] Y, a propósito dice Cernuda; “(…) este trozo, por definición genérica es poesía dramática, no lírica. Este prejuicio genérico, ¿cuánto daño no ha hecho a Calderón, a Lope mismo (cuya poesía mejor es dramática, no lírica) y al propio Cervantes? (…)”. Op. Cit., p.240.