Tradicionalmente, la crítica y la historiografía de la literatura española han visto en Miguel de Cervantes a un poeta de menor cuantía, siguiendo los juicios, sin duda alguna, de los escritores y poetas coetáneos del genial novelista (1). Sólo algunos sonetos se señalan como “aciertos” del autor, y, también, con especial énfasis, parte de sus composiciones burlescas o aquellas de inspiración tradicional. Entre los sonetos, siempre se menciona el famoso “Voto a Dios que me espanta esta grandeza” (2) y poco más. Otro tanto acontece con el tardío y extenso Viaje del Parnaso calificado por Menéndez Pelayo como “ingenioso, discreto y elegante poema crítico” (3) comparándolo con el Laurel de Apolo de Lope de Vega donde, a juicio del exégeta, el texto de Cervantes aparece como muy menor y, de forma similar a los poemas de La Galatea y del Persiles. Tan sólo el poeta Vicente Gaos afirma la calidad de esta obra en verso siendo casi el único, en el amplio espectro de la historia de la literatura española, que rescata con sabiduría esta producción cervantina (4). Por otra parte, poco o nada se habla de los poemas que anteceden (y prologan) su magistral novela Don Quijote de la Mancha. Pareciera que la mayoría de los estudiosos los consideraran textos también muy menores y que sólo aparecen en esta obra maestra con un fin decorativo, humorístico o de evidente ironía a sus antecesoras “Novelas de Caballería” (5).
Una mirada cuidadosa de estos textos puede iluminar algunos aspectos novedosos a la hora de juzgarlos. Si bien es muy clara su función crítica e irónica sobre los antiguos novelones que exaltaban las aventuras de los caballeros andantes y sus amores idealizados con princesas o doncellas de belleza inigualable, también es cierto que orientan al lector sobre lo que ha de leer en las páginas posteriores a estas composiciones que, a vuelo de pájaro, parecen tan evidentes o escritas, aparentemente, al “correr de la pluma”.
En éstas breves páginas se intentará valorar con la mayor justicia posible aquellas composiciones que ocupan un lugar destacado al comienzo de la novela. En una ocasión posterior se dimensionarán otros poemas contenidos en el Quijote (poemas tan significativos y hermosos como la “Canción de Crisóstomo” entre otros) que no sólo “condimentan” el texto, sino que aportan una visión de mundo particularísima.
*
A continuación del prólogo de Cervantes a esta gran novela, luego de ese VALE que impronta toda la literatura y el habla peninsular, aparecen diez poemas que, tradicionalmente, solo merecen una lectura superficial y que poco o nada interesan a aquellos que se sumergen en las aventuras del hidalgo Alonso Quijano. Los textos dedicados al libro y a los personajes del Quijote sitúan al lector en el mágico universo de los hechiceros, las magas y los caballeros extraordinarios de las antiguas novelas de caballerías. Desde ya, Miguel de Cervantes revive una costumbre muy antigua, cual es la de anteponer diversos homenajes en verso a los personajes que protagonizarán las aventuras contenidas en el relato principal. Diez poemas, de diversa métrica y de diversos procedimientos estilísticos en donde el autor no sólo evidencia la lectura de los clásicos del género, sino que construye un verdadero friso de personajes que estarán presentes a lo largo de toda la novela y, más que eso, en el particular imaginario del protagonista. Así, en forma sucesiva aparecen los siguientes textos:
1. “Al libro de Don Quijote de la Mancha, Urganda la desconocida”.
2. “Amadís de Gaula a Don Quijote de la Mancha”.
3. “Don Belianís de Grecia a don Quijote de la Mancha”.
4. “La Señora Oriana a Dulcinea del Toboso”.
5. “Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, a Sancho Panza, escudero de
Don Quijote.
6. “Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante”.
7. “Orlando Furioso a Don Quijote de la Mancha”.
8. “El Caballero del Febo a Don Quijote de la Mancha”.
9. “De Solisdán a Don Quijote de la Mancha”.
10. “Diálogo entre Babieca y Rocinante”.
Como se ha dicho, poemas que, inicialmente, parecieran destinados a un mismo objetivo: homenajear al personaje principal, a su escudero o a la amada Dulcinea, pero que también encierran juicios literarios, intertextualidades, consejos, advertencias y, finalmente, un disparatado diálogo entre Babieca y Rocinante.
Pero, ¿quienes son estos personajes y cuál es su procedencia? Algunos no necesitan mayor presentación, como Amadís de Gaula u Orlando Furioso, pero otros pueden aparecer como figuras inventadas por Cervantes o, simple y llanamente, desconocidas. En ningún caso pertenecen al imaginario del autor, con la excepción de un solo personaje y de los caballos del Cid y Don Quijote, sino que se afianzan en la gran tradición novelística de la caballería. Urganda, la desconocida, no es más ni menos que la deslumbrante maga que protege al caballero Amadís; Don Belanís de Grecia es otro caballero creado por la pluma de Jerónimo Fernández en su Historia de Belanís de Grecia, libro de caballerías de gran difusión; la Señora Oriana, es la hija del rey Lisuarte de Bretaña, esposa del famoso Amadís de Gaula; Gandalín, ya lo dice el título del poema, es el escudero de Amadís; el poeta entreverado podría ser, ya no un personaje de ficción sino ni más ni menos que el poeta Gabriel Lobo Lasso de la Vega (6) quien podría haber colaborado, según Francisco Rico (7), en la corrección de algunos de estos poemas preliminares de Cervantes; el Caballero de Febo, es el personaje protagónico de la obra de don Diego Ortúñez de Calahorra, Espejo de príncipes y caballeros y Solisdán es un personaje desconocido que podría constituir un pseudónimo o un anagrama o bien una errata o confusión de Cervantes (8).
De entre todos estos textos es mi intención detenerme en tres que me parecen claves y que representan una síntesis de las intenciones del autor. Me refiero al de “Don Belanís de Grecia a don Quijote”, al texto “Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante” y al magnífico poema final entre Babieca y Rocinante.
En el soneto de don Belianís se cumple el objetivo de homenajear al personaje protagónico de la novela de Cervantes. Se trata de un poema, como la totalidad de los reunidos en la introducción de la narración, del que no sabemos exactamente quién lo ha recogido o antologado, pero como señala el narrador en el “Prólogo” constituyen: “los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse” (9) . Este poema describe, en primera instancia, las proezas y aventuras de quien se dirige a Don Quijote, en un discurso hiperbólico y que raya en el ridículo por lo inusitado, extraordinario y autorreferente:
Rompí, corté, abollé y dije y hice
más que en el orbe caballero andante;
fui diestro, fui valiente, fui arrogante;
mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di a la Fama que eternice;
fui comedido y regalado amante;
fue enano para mí todo gigante,
y al duelo en cualquier punto satisfice.
Tuve a mis pies postrada la Fortuna
y trajo del copete mi cordura
a la calva Ocasión al estricote (11)
(…)
Como en la mayoría de las novelas de caballerías, el personaje es descrito como un ser sobrehumano que es capaz de conquistar a los gigantes, pero al mismo tiempo, ser cortés, prudente, galán y agradable a las damas, características que Don Quijote posee en plenitud y que más de algún inconveniente le acarreará a lo largo de la novela. Este poema, como otros de esta introducción, presagia y anuncia –entendiendo que se inscribe en una tradición determinada- buena parte de lo que leeremos a continuación. Podría decirse que se trata de un “adelanto” y un resumen de los contenidos del relato, en el entendido que abrevia muy sintéticamente lo que se narrará. En este caso, es particularmente significativa la mención a los gigantes que bien podría ser una introducción al motivo de los molinos de viento considerados como seres extraordinarios.
En el último terceto, el personaje de don Belamís se postra gentilmente ante la figura del “caballero de la triste figura”:
(…)
Mas, aunque sobre el cuerno de la luna
siempre se vio encumbrada mi ventura
tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!
Para el lector desprevenido, este pasaje puede perfectamente engarzar con la más rancia tradición de las caballerías, sólo al correr de los poemas a seguir y de los posteriores capítulos, el “desocupado” irá enterándose de la sátira y del propósito de la novela. Aquí el autor juega con la ambigüedad de su receptor estableciendo diversas vías de aparente interpretación que, al final, conducirán al sentido último que plantea a lo largo de todo su discurso. Por otra parte, la delirante autodescripción del caballero Belamís ya entrega algunas claves y, también, reafirma la idea de un Cervantes poeta que conoce a la perfección el arte del soneto y, mucho más que eso, puede compararse con los maestros de la ironía, en la gran tradición del humor negro español, al convertir un poema de homenaje en una sátira encifrada a priori y descarnada, a posteriori (de la lectura de la totalidad de la obra).
Enfrentado al poema “Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante”, escrito en “décimas de cabo roto”, Cervantes entrega la voz a Sancho y a Rocinante. Procedimiento del todo extraordinario, el “poeta entreverado” aprovecha de dar unas descriptivas pinceladas resumiendo con maestría las características del escudero y, de paso, ejerciendo la crítica a una de las obras más importantes de la literatura española, La Celestina (asunto que retomará con buena parte de la tradición literaria hasta ese entonces, primero en la criba de los libros de don Quijote y luego en diversas menciones en toda la novela):
Soy Sancho Panza, escude-(ro)
del manchego don Quijo-(te)
puse pies en polvoro-(sa)
por vivir a lo discre-(to)
que el tácito Villadie-(go)
toda su razón de esta-(do)
cifró en una retira-(do)
según siente Celesti-(na),
libro, en mi opinión, divi-(no),
si encubriera más lo huma-(no)
(…) (12)
El retrato de Sancho no puede ser más claro y decidor: discreto, huidizo o cobarde, práctico en su manera de enfrentar los problemas, holgazán en su rústica existencia. Otro adelanto de la novela que configura los rasgos de tan entrañable personaje.
Finalmente, la exégesis mínima pero certera donde la voz de Miguel de Cervantes (en palabras de Sancho Panza) critica la forma en que La Celestina presenta los placeres fáciles y los vicios evidentes de sus personajes.
La segunda Décima, dedicada a Rocinante, también describe con claridad las particularidades de este animal que, sin duda alguna, a lo largo de toda la novela, reviste las características de un personaje que alguien podría catalogar como antropomorfizado:
(…)
Soy Rocinante, el famo-(so),
bisnieto del gran Babie-(ca),
por pecados de flaque-(za),
fui a poder de un don Quijo-(te);
parejas corrí a lo flo-(jo),
mas por uña de caba-(llo)
no se me escapó ceba-(da),
que esto saqué a Lazari-(llo),
cuando, para hurtar el vi-(no)
al ciego, le di la pa-(ja). (13)
A estas alturas, el receptor no puede sino comprender que el texto cervantino habrá de constituir, evidentemente, una sátira a los libros de caballerías. Rocinante, aparentemente biznieto del gran Babieca, famoso caballo del Cid, es un pícaro ladrón de cebada, flojo y hambriento que engaña al mismísimo Lazarillo de Tormes (otra mención literaria que enmarca estos poemas con la voz culta del supuesto poeta que escribe las décimas y donde, de forma sutil, Cervantes superpone sus personajes a los de la tradición que, indudablemente, muy bien conoce su público).
Finalmente, el inigualable soneto “Diálogo entre Babieca y Rocinante” (uno de los poemas más citados de don Miguel de Cervantes) recuerda muchos de los grandes textos dialogados de la Edad Media y, en especial, aquellos del gran maestro francés, François Villon. Acudiendo nuevamente al género de los equinos, el autor establece de forma categórica el humor y el sarcasmo como elementos fundamentales de su obra. En un diálogo surrealista muy avant la lettre, Babieca interroga a Rocinante por su devenir y su fortuna:
B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se como, y se trabaja.
B. Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Quereislo ver? Miraldo enamorado
B. ¿Es necedad amar?
R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis.
R. Es que no como.
B. Quejaos del escudero.
R. No es bastante.
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante? (14)
La descripción de la montura de Don Quijote adelanta las desventuras y agravios a los cuales estará expuesto a lo largo del relato. Se acusa al escudero y también al amo de negligencia en el trato y en la alimentación, pero lo más grave es que se señala al protagonista, el hidalgo Alonso Quijano, como un enamorado enceguecido que, finalmente es igual a un asno, es decir, tozudo como un equino y fuera de la comprensión de los problemas más materiales de este mundo. La metafísica no tiene lugar en el diario vivir de Rocinante: la realidad se impone como una losa terrible donde el no comer es más importante que cualquier otra cosa. Cervantes, como en su fabulosa ironía lo hiciera el gran Francisco de Quevedo, entrega aquí una de las piezas líricas más reveladoras de su oficio. La idea del diálogo entre los caballos, las quejas de uno, las reprimendas del otro, el conocimiento de los motivos que impiden a su amo tener conciencia de las realidades más apremiantes, empinan a este soneto como uno de los poemas más lúcidos (en su intertextualidad, en la capacidad de reírse de la propia ficción) de todos los escritos en los siglos de oro.
Con todo lo que se ha afirmado más arriba, es menester de la crítica –española e hispanoamericana- revalorar con serenidad la obra poética de don Miguel de Cervantes, en especial, aquellos textos enmarcados en el Quijote. Sin temor a suscitar una polémica o crear una falsa expectativa, me parece que estos poemas pueden dar muchas claves de la forma de entender la tradición literaria, de juzgar a sus coetáneos y de configurar los personajes de la novela. Continuar con el mito de un Cervantes mal poeta es no querer ver el talento y la trascendencia que sólo un genio puede alcanzar.
Santiago de Chile, octubre de 2005.-
Notas:
1. Ponencia presentada en las “Jornadas de Literatura Española en Homenaje a los 400 años del Quijote” organizadas por el Área de Literatura Española del Departamento de Literatura de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Santiago de Chile, 25 y 26 de octubre de 2005 y en el Seminario “Nuevas Lecturas de El Quijote” organizado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, 11 de noviembre de 2006.
2. Dedicado “Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla”.
3. Vid. Rico, Francisco. Historia y Crítica de la Literatura Española. Citado por Francisco Ayala y Vicente Gaos en su ensayo El soneto “Voto a Dios que me espanta esta grandeza” y Viaje del Parnaso. Volumen II. Editorial Crítica. Barcelona, 1980, p.664.
4. Vid. Gaos, Vicente. “Introducción” a Poesías de Miguel de Cervantes. Editorial Taurus. Madrid, 1970. En este mismo texto, Gaos cita algunas voces de la poesía contemporánea, como el poeta del grupo poético de 1927, Gerardo Diego, quien afirma que la poesía de Cervantes está anclada en el paso de la lírica española: “es un poeta arcaico, retrasado, y ésta es una de las causas de su fracaso, fracaso ante los demás, ante la opinión de los doctos –oficiantes y lectores-, más que nunca esclavos de sus modas novedosas, y fracaso ante la poesía misma, que no tolera, sin grave expiación, estos pecados de retraso y anacronismo”, p. 17.
5. Vid. De Riquer, Martín. Cervantes y el “Quijote” en la reciente edición de la R.A. E. de la novela cervantina: Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Edición y Notas de Francisco Rico. Real Academia Española. Madrid, 2004, pp. LIV-LV. De aquí en adelante señalada en este escrito como Don Quijote de la Mancha.
8. Vid. Don Quijote de la Mancha, Op. Cit., p. 23.
9. Don Quijote de la Mancha , Op. Cit., pp. 7-8. Es curioso que Cervantes señale que no quiere incorporar este “catálogo de los acostumbrados” poemas, pero que a la postre los incluya.
10. Se refiere a la prudencia que le llevó a maltraer a la Ocasión cogiéndola por los pelos de la frente (copete) al estridente: “por la calle de la amargura”. Nota de Francisco Rico a la edición de Don Quijote de la Mancha. Op. Cit., p. 19.
11. Don Quijote de la Mancha , Op. Cit., p. 19.
12. Don Quijote de la Mancha. Op. Cit., p. 21.
13. Don Quijote de la Mancha. Op. Cit., pp. 21-22.
14. Don Quijote de la Mancha. Op. Cit., pp.24-25.
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