"Acqua", Foto de Rafael Garay
Antes de entrar en materia, es indispensable precisar algunos puntos esenciales en este breve estudio comparativo. En primer lugar, aquí se considerará sólo una parte de la poesía española y de la poesía chilena última. Es fundamental tener en claro que operamos con un necesario corte temporal, como de autores y obras. En segundo lugar, este trabajo persigue una descripción de las tendencias y de temas más que una selección azarosa y arbitraria que pretenda hacer converger o distinguir una obra y/o autor de otras. Hechas estas salvedades, consideraremos ahora las particularidades de cada una de estas líricas.
En sentido contrario a lo esperado, nuestra era de las comunicaciones ha favorecido el desarrollo de líricas centradas en reales o aparentes tradiciones literarias propias de un país o de una región. Sin duda, la divulgación de algunos autores de sobra publicados y pertenecientes a generaciones anteriores (léase Neruda, Vallejo, Borges, Cardenal, Parra o Paz) ha impedido el descubrimiento de otros tan importantes como los ya señalados. Sin orden cronológico y casi sin orden alguno se han sucedido pequeñas modas que han permitido la publicación de poetas tan notables como el propio José Lezama Lima, Olivero Girondo, nuestro Vicente Huidobro y otros tan gravitantes y esenciales como Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, José Emilio Pacheco, Carlos Germán Belli, Antonio Cisneros y Oscar Hahn por nombrar sólo poetas hispanoamericanos. Si bien, como hemos afirmado estos autores han gozado de pequeños momentos de real divulgación, lectura y estudio, tampoco podemos aseverar que se trate de una manifestación sostenida en el arco del tiempo, de las editoriales y la prensa. Alguien, seguramente razonable, señalaría este fenómeno como un signo de estos tiempos cambiantes e inestables: de seguro no se encontraría perdido en esta idea central, aunque posiblemente la sociología literaria puede entregar una repuesta más contundente al problema.
Desde el otro lado del Atlántico las cosas no han ido sustancialmente distintas. El privilegio editorial y periodístico de, al parecer, cuatro o cinco autores (primero los miembros de la llamada generación del ´27, luego aquellos de la poesía social y de las generaciones posteriores a la guerra civil, etc.) han ido alternándose en el podio social de la literatura. Así, luego de la muerte de Franco, las figuras de García Lorca, Alberti, o Dámaso Alonso, han mantenido su fuerza cediendo de cuando en cuando ante el redescubrimiento de otros del ´27 como Cernuda o Salinas, o bien, frente a la revalorización de Miguel Hernández o, paradoja mayor, de figuras tan conocidas –y por lo mismo extrañamente oscuras- tales como Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez. Tal como hemos dicho, las modas no son ajenas a ninguna realidad literaria propia de un país; independientemente del problema de los lectores o la estrechez de miras de las editoriales, tanto a un lado como al otro del Atlántico observamos el mismo fenómeno.
Ahora bien, si partimos de una situación social y de recepción casi idéntica (como también si nos detuviésemos en el rol del poeta en la sociedad), no llegaremos a conclusiones similares desde el punto de vista temático e incluso en los recursos formales utilizados para la cristalización de las obras más importantes e influyentes en las respectivas literaturas.
A pesar de muchas apreciaciones distintas y hasta contrarias, la lírica hispanoamericana –y chilena- puede considerarse dentro de una línea o tradición europea (siendo la poesía alemana, la francesa y la anglosajona las más influyentes); muchos de los autores citados descartan el influjo propiamente español, aduciendo una filiación anglosajona, o francesa, o, en su defecto, pretendiendo una clara tradición “sólida” dentro de la poesía hispanoamericana. Este problema puede revisarse minuciosamente a través del estudio de influjos y de estilos, lo que, sin duda, despertaría más de alguna sorpresa en el ámbito de los estudiosos que pretenden negar todo o casi todo contacto con lo peninsular y prefieren la filiación francesa o aquellas provenientes de la lengua inglesa.
Así, la poesía última española actúa casi sin una línea predeterminada o común a sus distintos exponentes. Al igual que en Chile, donde la variedad –palabras o gestos más o menos claros- tiene sus cuatro o cinco variantes, es España los autores, al parecer, pueden definirse también dentro de determinadas etiquetas o rótulos, bastante eclécticos.
Lo que sí llama la atención es la lectura, casi caprichosa a veces, de su propia poética. En la “intra-historia” de los textos aparecen importantes hiatos y/o saltos hacia la tradición; buscando, a menudo, un distanciamiento con los nombres mayúsculos de la poesía ibérica y, más que eso, un acercamiento a poesías de otras latitudes, incluyendo, en contadas ocasiones, la hispanoamericana.
Así, vemos un rechazo de lo propiamente hispánico, de los propios españoles y de los poetas hispanoamericanos y chilenos. Habría quizá una suerte de negación de trayectoria o una desnaturalización que es subsanada en casos particulares (pienso en Oscar Hahn y Gonzalo Rojas en Chile, o Jaime Siles, Luis García Montero y José Ángel Valente en España), pero que no alcanza a formular más que una línea más dentro de la multiplicidad de registros y tendencias. Algo similar ocurre con la poesía chilena. Aparte del quizá necesario “parricidio” de Pablo Neruda y Gabriela Mistral, la poesía actual busca otros referentes. Tal vez, tanto en Chile como en España, la búsqueda de modernidad (¿o, postmodernidad?) confirma la teoría de Octavio Paz de la “tradición de la ruptura”; pero, fracturando incluso el universo de la propia lengua para ir hacia otras literaturas. Nada nuevo –dirá alguno- si vemos los casos de Huidobro en Chile o Larrea en España, pero que hoy se ha agudizado profundamente. Es como si la propia lengua perdiera su peso dentro del poema para intentar un desdoblamiento en el reflejo y materia de otra lengua.
Un punto coincidente es entonces la desvinculación de los autores actuales con su propia literatura y su propio idioma, pero también, hay otros aspectos que, creemos necesario, al menos, esbozar.
Los medios de comunicación, la publicidad (y el lenguaje publicitario y el comunicacional); el desarrollo tecnológico y el desarraigo del poeta y el hombre en el mundo contemporáneo prefiguran temáticas comunes y búsquedas estéticas y formales similares. De esta forma, el lenguaje de la plástica, de la informática, de los “mass-media” entra de saco en estas poesías. Por otro lado, el aislamiento regional, nacional y personal; la soledad, y el sentimiento de huerfanía, descolocan a los actuales hablantes frente a ese sacralizante yo profético que tantos intentaron e intentan descolocar y desmitificar.
Aun así, subsiste en España una retórica muy acentuada con lo que tradicionalmente nos suena a “español” o que, también, puede ser catalogado como “continuistas” en el estilo y forma (no así en los temas) de generaciones anteriores. Al parecer, la postvanguardia, la ruptura de cánones que hemos visto a partir de Nicanor Parra y Enrique Lihn en Chile, consolidado esencialmente en Juan Luis Martínez, todavía no aparece en forma contundente y convincente en la lírica peninsular. Por el contrario, el caso de Chile se constituye como paradigma de aceptación de diversas fuentes (que a veces pueden constituirse en verdaderas influencias) operando en forma casi secreta y articulando y desarticulando los registros conocidos.
Otro tanto acontece con los discursos alternativos y marginales. La propuesta de colectivos minoritarios, sexuales o vernaculares, etc., parece ofrecer mayor variedad y fuerza en Chile, quizá, por mantener con originalidad e imaginación y por sacar sus voces por primer vez casi libremente e insisto en el casi, en el concierto social y literario del país.
En España, al menos hasta donde podemos vislumbrar en la lírica, no está claramente configurado un auténtico discurso feminista (sino, léase a Blanca Andreu, por ejemplo, donde, más que nada se ha rescatado a las vanguardias en una suerte de neosurrealismo ), ni un discurso homosexual, o de minorías raciales (negros marroquíes, latinoamericanos), ni parece, tampoco, resurgir lo que fue en su momento la poesía gitana, paralela a la formal o literaria que evidencia influjos de esta cultura.
Por todo lo antes mencionado creemos que existen legítimas diferencias en la tematización y originalidad de las líricas comparadas, aunque, es cierto, existen actitudes personales –e incluso de grupos, pero sólo considerados como momentos de carácter histórico-literarios- que al parecer pueden considerarse como homólogos. Lo que sí nos parece necesario, fundamental y hasta esencial, es el contacto entre estas dos literaturas para romper con el prejuicio de españoles hacia americanos y de chilenos hacia españoles. La actitud de incomunicación y de autosobrestima de la mayoría de los exponentes de estas líricas debe ser superado definitivamente.
Si la poesía puede considerarse expresión, comunicación y búsqueda, es negar su esencia encerrarla en un espacio, en un círculo, en un estrecho cerco.
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